Gloria tiene 30 años y hace cinco que es prostituta de la Calle 20 con 13A del centro de Bogotá. Madre abandonada, entró al oficio para no dejar morir de hambre a sus tres hijos en su natal Ismina de donde llegó, y espera que un golpe de suerte la saque del oficio, que le reporta entre uno y medio a dos millones mensuales, cifra que nunca, según dice, se ganaría de empleada doméstica.
‘Francy Natra’ ejerce el oficio de prostituta en las residencias de la calle 20 con 13A del Centro de Bogotá. Según cuenta entre risas, ella llegó caminando al lugar hace cinco años, procedente de su natal Ismina, Chocó, de donde se vino por sugerencia de una amiga, ante la difícil situación que atravesaba como madre abandonada tres hijos, un niño y dos niñas de 15, 10 y 7 años.
“Allá estaba pasando trabajo por la situación económica, mis hijos estaban aguantando hambre, y pues una amiga me dijo: “Ven y trabaja”, y yo le dije listo. Yo por mis hijos hago lo que sea”, dice estar mujer de treinta y cinco años y drelos al estilo del cantante jamaiquino Bob Marley, que apenas viste un pantalón morado y bien ceñido al cuerpo, de esos que llaman pescador, un suéter amarillo de rayas verdeazules y sandalias plateadas para llamar la atención de sus 1,75 metros de estatura.
Esta Magdalena llamada Gloría, como parece ser su nombre real, pues ‘Francy Natra’ es el nombre de ‘chapa’ para ejercer el oficio, sostiene que nadie es profeta en su tierra y que le da pena ejercer su profesión allá en su tierra, y por eso buscó otro lugar donde no la conocieran.
Según ella, no es cierto lo que se dice aquí en Bogotá, de que en Chocó la gente se muere de todo menos de hambre.
“No se muere de hambre la gente en el Chocó, pero si es mucha la que se aguanta”, dijo y agrego:
“La gente no se muere de hambre, pero aguanta mucha hambre. Porque hay días que no se tiene para comer. Son pueblos pequeños, ciudades pequeñas, y si uno no tiene para comer nadie le va a dar a uno, ¿no es cierto? Entonces, el día que no tenga para comer, ese día aguanto hambre. Pero no me muero de hambre ese día y al día siguiente como, y aguanto hambre al otro día. Allá no hay futuro, es muy pueblo muy pobre”.
“La gente no se muere de hambre, pero aguanta mucha hambre. Porque hay días que no se tiene para comer. Son pueblos pequeños, ciudades pequeñas, y si uno no tiene para comer nadie le va a dar a uno, ¿no es cierto? Entonces, el día que no tenga para comer, ese día aguanto hambre. Pero no me muero de hambre ese día y al día siguiente como, y aguanto hambre al otro día. Allá no hay futuro, es muy pueblo muy pobre”.
Gloria argumenta que piensa en salirse pronto de esta vida y estar con sus hijos y todo. Dormir con ellos y estar con ellos aquí o allá:
“Aquí hay más oportunidad, hay más dinero. Hay como más entrada de dinero, mientras que allá no hay futuro. Allá es un pueblo muy pobre, la verdad es esa. Y ya como uno está en la capital, ya no quiere regresar allá. Porque aquí hay más cultura, hay universidad para los hijos, hay más cosas, ¿si me entiendes? Mientras que allá no, hay mucha pobreza, sólo libertinaje, cuenta esta mujer entre nostalgias.
Cuando le pedí que precisara en qué consistía el libertinaje del que hablaba respondió:
“Allá los hijos quieren ir a toda hora a bailar, gozar y todo. En cambio aquí hay menos libertinaje que por allá. Acá uno se dedica más a sus labores. Allá uno de mujer si quiere jartar, jarta todos los días, mientras que acá no. Acá es diferente”.
“Allá los hijos quieren ir a toda hora a bailar, gozar y todo. En cambio aquí hay menos libertinaje que por allá. Acá uno se dedica más a sus labores. Allá uno de mujer si quiere jartar, jarta todos los días, mientras que acá no. Acá es diferente”.
Un alto en la entrevista sirvió para compartir un desayuno bien trancada de morcillas y papas fritas, pasado con cervezas para desengrasar. Acepté el desayuno con gusto y ganas pero no la cerveza.
La ‘parcera’ de ‘Francy Natra’, que a la vez, entre risas decía llamarse María Pepa viuda de Pájaro, una decana en el oficio de unos cuarenta años, tenía tono paisa que delataba su ascendencia, que cuando menos, se remitía al Eje cafetero en el Viejo Caldas.
Según contaban ellas en tono festivo, entre ambas tenían más años que el bíblico Matusalén. Cantaron, además, mientras terminábamos de despachar lo que quedaba del desayuno, que ellas no eran animales raros.
Aproveché para contarles que en un año debía terminar mis estudios, a que una de ellas respondió diciendo que entonces me volvería creído y no volvería por allá, aunque ahora estuviera comiendo con ellas sin asco y con muchas ganas.
Repliqué que el asunto era que yo provenía de familia modesta, no por estar estudiando en una universidad me creía de mejor familia.
No obstante había que aceptar, como decía Francy o Gloria o como se llame, que en este mundo hay de todo. “Lo que pasa es que hay mucha gente que se olvida de dónde viene”, dije y ella agrego: “Y niegan hasta la familia”.
Gloría retomó el hilo de la conversación y planteó que más allá de la fachada que ellas tenían, de universidades como de las que yo venía, eran donde estaban las verdaderas ‘prostis’, sólo que solapadas. Según contó, ella había conocido a una universitaria de esas, que estudiaba criminalística, y que al terminar nunca volvió a ver en el oficio con que pagó su carrera.
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